«Espectros». Leonid Andréiev. Obra Maestra del cuento corto. Obra Maestra del horror existencial. ¿Acaso hay algo que pueda provocar mayor pavor que el retablo de un fenopático? Leánla ustedes y luego empiecen a escupir sobre las letras en oro de ese tal Stephen King.
Hay en este cuento cabronaco y aturdidor un loco que llama constantemente a las puertas. Sólo hace eso. Llamar a las puertas. Todo el tiempo. Hasta que los nudillos se le hacen pulpa. ¿Adónde coño llama? ¿Quién demonio está del otro lado de esa perturbada puerta mental? Evidentemente, siendo simplistas, ustedes podrían aventurar lo típico: que el loco de marras está llamando a las puertas de la muerte... Error. Caca de la vaca. ¡NOT! El loco está llamando a los cuerdos, ¿estáis ahí?, vosotros, los cuerdos, los verdaderos espectros, ¿estáis ahí, fútiles almitas de Dios?...
Andréiev, hijo de puta, nos dice: igual que no hay mayor vivo que aquél que padece en carne viva la enfermedad, que sufre la intensidad del dolor físico, no hay mayor vivo, por tanto y también, en efecto, que el mochales de la cabeza, el apestado mental. Vosotros los vivos, los cuerdos, los intocados por el estigma, sois vosotros los muertos, los fantasmas, los espectros: el médico decadente y nocharniego, la enfermera estúpidamente enamorada, vagando en pena por una realidad sin dirección, que no tiene solución de continuidad.
El loco sabe que no hay sentido y no se preocupa más que de la críptica arquitectura de su psicosis. El espectro/cuerdo, en cambio, empeña la vida en el husmeo de un sentido vital que es sólo espejismo.
He aquí, pues, la demostración de que los ruskis no sólo hacen literatura para cagarse uno las patas abajo cuando escriben tochanarros de 500 paginotes de guerras contra Hitler, Napoleón o contra sí mismos.