—¡Eh!, un momento… Tu jeta me resulta familiar.
—¿Sí?
—Sí…
—Vaya.
—¿Nos conocemos?
—No sé, yo soy Chufflo, ¿y tú?
—¡¿Qué?!
—Eso.
—Estás pirado, tío. Yo soy Chufflo.
—¿Sí?
—Sí…
—Vaya.
—¿Qué coño quieres decir con “vaya”, ¿eh? A mí no me jodas con “vayas”…
—Está bien.
—No obstante, he de reconocer que tu puta cara es mi puta cara…, y eso me cabrea.
—Ya te lo dije.
—¿Me dijiste qué narices?
—Que soy Chufflo.
—¿Y yo?
—Tú también.
—¿Y cómo coño se come eso?
—Los hadrones.
—¡¿Qué?!
—Hadrones.
—No sé de qué maldita cosa me hablas, tío.
—Bueno, los hadrones, cómo decirlo, son como…, bueno, van y vienen y eso, ¿no?, y…, luego…, perooo, no se ven, lo cual es toda una tocada de huevos…, por eso hay que sacarlos a la superficie, y bueno..., ya después todo se junta, aquello y lo otro y lo de más allá y bueno… En fin…
—¡¿Qué?!
—Tú quédate con un par de conceptos: envidia y complejo de inferioridad. Ahí está todo.
—Creo que te voy a dar un par de hostias, mano abierta, nada personal…
—Joder, tío, cualquiera diría que eres yo… Dios juega a los dados, ¿no?, ¿hasta ahí llegas?... Bien, pero el hombre ni siquiera es barro, ni tan siquiera lapo de los dioses, es caca, larva fecal; por eso tiene envidia, por eso mismo también complejo de inferioridad. Así que se pone a jugar a las canicas. Por despecho. Por cochino rencor. A ver si así lo manda todo a tomar por culo. Los hadrones son sus canicas, sus balas; la ruleta rusa de un niño pobre al que nunca compraron dados.
—¿Y entonces?
—Entonces nada, si tú estás aquí y yo estoy aquí es que se acabó la partida.
—Pues yo he quedado a las nueve con una piba del gentemessenger, es más fea que el pecado, pero dice que si le invito a marisco me la chupa.
—Te jodes.
—De todos modos no acabo de ver la situación.
—Un agujerazo negro.
—¿Negro?
—Del todo. Los hadrones se han petado el cacas entre ellos y ahora tu universo está abismándose sobre mi universo. Pero sólo puede quedar uno.
—¡Coño!, como en Los Inmortales...
—Más o menos.
—En ésa estuvo fino el Christopher Lambert, ¿eh?
—¿Lambert? ¿Quién demonios es ese hijo de puta?
—Ah…, claro, ya entiendo. El Agujerazo Negro.
—El mismo.
—Pero hay una cosa que no entiendo…
—(Díos mío…)
—Si es agujerazo y es negro, cómo es que todavía seguimos aquí tú y yo, dándole a la sin hueso.
—Bueno, en realidad es bien fácil, hay que partir de la certidumbre de que los físicos de tu universo no tenían repajolera idea de una mierda. A partir de ahí, bien, comencemos de nuevo: un agujerazo negro es como cualquier sumidero de este y cualesquiera otros mundos, o mejor, como un culo, un ojal de yack. Evacuar el intestino no es cosa de un nanosegundo, no señor. Ahora mismo tu universo es una enorme bosta de masa y energía, descolgándose morcillesca desde el orto hadronero hasta mi puñetera dimensión. Que alguien o algo tire de la cadena es sólo cuestión de tiempo.
—¿Y entonces cómo acaba la cosa?
—Uno de los dos debe comerse al otro.
—¿Quieres decir en plan antropófago, Humberto Lenzi y todo eso?
—No, sólo a nivel simbólico y molecular.
—Joder, qué putada… ¿Ya te dije que esta noche me la mamaban?
—Te jodes.
—Eres un cabrón.
—Lo sé.
—…
—(imbécil…)
—¿Sabes qué? Creo que me estás tangando, me quieres empapelar… ¿Cómo sé de verdad que eres Chufflo?
—Soy Chufflo.
—A ver, demuéstramelo, cágate en todo…
—Mendiós!
—No, así no, pedazo de marica, así: MENDIÓS!!!
—MENDIÓS!!!
—Mierda, pues sí que eres Chufflo.
—Te lo dije.
—¿Y no divergemos en nada?
—Sí, yo tengo un miembro viril de 27 centímetros de longitud, así como cierta dificultad para pronunciar la elle.
—Conque la elle, ¿eh?
—Esa misma.
—Di “arroz con conejo”…
—Arroz con conejo.
—¡Anda!, pues es verdad…
—(idiota…)
—¿Y entonces ahora qué hay que hacer?
—Nos la jugamos.
—¿A cervezas y salchichas?
—Lo siento, Bud Spencer todavía no ha nacido en esta dimensión, y su madre que se alegra, oye.
—¿Y entonces cómo?
—Ahora mismo no se me ocurre nada.
—¿Y por qué no un duelo de chorras? Tal vez sea cierto que te llega al ombligo, cabrón, pero yo la tengo como vaso de cubata.
—¿Como Nacho Vidal?
—Ah, pero conocéis aquí al Nachete…
—Es ministro de Sanidad.
—¡La hostia!
—De todos modos no puedes sacarte la minga en público, este universo es un estado policial.
—Joder… ¿Y entonces qué coño?
—Y digo yo, porque no nos vamos a tomar unas bravas al bar de la esquina, hacemos tiempo hasta que el chorongo se desoville y dejamos que él decida…
—Me parece una idea de putísima madre, tú.
—Pues vamos.
—¿Sabes?, creo que este puede ser el principio de una chuffla amistad…
—¿Querrás decir el final?
—¡¡¡Ouch!!!
—¿Sí?
—Sí…
—Vaya.
—¿Nos conocemos?
—No sé, yo soy Chufflo, ¿y tú?
—¡¿Qué?!
—Eso.
—Estás pirado, tío. Yo soy Chufflo.
—¿Sí?
—Sí…
—Vaya.
—¿Qué coño quieres decir con “vaya”, ¿eh? A mí no me jodas con “vayas”…
—Está bien.
—No obstante, he de reconocer que tu puta cara es mi puta cara…, y eso me cabrea.
—Ya te lo dije.
—¿Me dijiste qué narices?
—Que soy Chufflo.
—¿Y yo?
—Tú también.
—¿Y cómo coño se come eso?
—Los hadrones.
—¡¿Qué?!
—Hadrones.
—No sé de qué maldita cosa me hablas, tío.
—Bueno, los hadrones, cómo decirlo, son como…, bueno, van y vienen y eso, ¿no?, y…, luego…, perooo, no se ven, lo cual es toda una tocada de huevos…, por eso hay que sacarlos a la superficie, y bueno..., ya después todo se junta, aquello y lo otro y lo de más allá y bueno… En fin…
—¡¿Qué?!
—Tú quédate con un par de conceptos: envidia y complejo de inferioridad. Ahí está todo.
—Creo que te voy a dar un par de hostias, mano abierta, nada personal…
—Joder, tío, cualquiera diría que eres yo… Dios juega a los dados, ¿no?, ¿hasta ahí llegas?... Bien, pero el hombre ni siquiera es barro, ni tan siquiera lapo de los dioses, es caca, larva fecal; por eso tiene envidia, por eso mismo también complejo de inferioridad. Así que se pone a jugar a las canicas. Por despecho. Por cochino rencor. A ver si así lo manda todo a tomar por culo. Los hadrones son sus canicas, sus balas; la ruleta rusa de un niño pobre al que nunca compraron dados.
—¿Y entonces?
—Entonces nada, si tú estás aquí y yo estoy aquí es que se acabó la partida.
—Pues yo he quedado a las nueve con una piba del gentemessenger, es más fea que el pecado, pero dice que si le invito a marisco me la chupa.
—Te jodes.
—De todos modos no acabo de ver la situación.
—Un agujerazo negro.
—¿Negro?
—Del todo. Los hadrones se han petado el cacas entre ellos y ahora tu universo está abismándose sobre mi universo. Pero sólo puede quedar uno.
—¡Coño!, como en Los Inmortales...
—Más o menos.
—En ésa estuvo fino el Christopher Lambert, ¿eh?
—¿Lambert? ¿Quién demonios es ese hijo de puta?
—Ah…, claro, ya entiendo. El Agujerazo Negro.
—El mismo.
—Pero hay una cosa que no entiendo…
—(Díos mío…)
—Si es agujerazo y es negro, cómo es que todavía seguimos aquí tú y yo, dándole a la sin hueso.
—Bueno, en realidad es bien fácil, hay que partir de la certidumbre de que los físicos de tu universo no tenían repajolera idea de una mierda. A partir de ahí, bien, comencemos de nuevo: un agujerazo negro es como cualquier sumidero de este y cualesquiera otros mundos, o mejor, como un culo, un ojal de yack. Evacuar el intestino no es cosa de un nanosegundo, no señor. Ahora mismo tu universo es una enorme bosta de masa y energía, descolgándose morcillesca desde el orto hadronero hasta mi puñetera dimensión. Que alguien o algo tire de la cadena es sólo cuestión de tiempo.
—¿Y entonces cómo acaba la cosa?
—Uno de los dos debe comerse al otro.
—¿Quieres decir en plan antropófago, Humberto Lenzi y todo eso?
—No, sólo a nivel simbólico y molecular.
—Joder, qué putada… ¿Ya te dije que esta noche me la mamaban?
—Te jodes.
—Eres un cabrón.
—Lo sé.
—…
—(imbécil…)
—¿Sabes qué? Creo que me estás tangando, me quieres empapelar… ¿Cómo sé de verdad que eres Chufflo?
—Soy Chufflo.
—A ver, demuéstramelo, cágate en todo…
—Mendiós!
—No, así no, pedazo de marica, así: MENDIÓS!!!
—MENDIÓS!!!
—Mierda, pues sí que eres Chufflo.
—Te lo dije.
—¿Y no divergemos en nada?
—Sí, yo tengo un miembro viril de 27 centímetros de longitud, así como cierta dificultad para pronunciar la elle.
—Conque la elle, ¿eh?
—Esa misma.
—Di “arroz con conejo”…
—Arroz con conejo.
—¡Anda!, pues es verdad…
—(idiota…)
—¿Y entonces ahora qué hay que hacer?
—Nos la jugamos.
—¿A cervezas y salchichas?
—Lo siento, Bud Spencer todavía no ha nacido en esta dimensión, y su madre que se alegra, oye.
—¿Y entonces cómo?
—Ahora mismo no se me ocurre nada.
—¿Y por qué no un duelo de chorras? Tal vez sea cierto que te llega al ombligo, cabrón, pero yo la tengo como vaso de cubata.
—¿Como Nacho Vidal?
—Ah, pero conocéis aquí al Nachete…
—Es ministro de Sanidad.
—¡La hostia!
—De todos modos no puedes sacarte la minga en público, este universo es un estado policial.
—Joder… ¿Y entonces qué coño?
—Y digo yo, porque no nos vamos a tomar unas bravas al bar de la esquina, hacemos tiempo hasta que el chorongo se desoville y dejamos que él decida…
—Me parece una idea de putísima madre, tú.
—Pues vamos.
—¿Sabes?, creo que este puede ser el principio de una chuffla amistad…
—¿Querrás decir el final?
—¡¡¡Ouch!!!
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