"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad más allá de las puertas de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia... Es hora de morir".
Con este parlamento final se despedía de la vida Roy Batty, el último replicante de Blade Runner. A sus pies, contemplándolo, el cazador cazado, Rick Deckard —quién sabe si no también replicante inconsciente a su vez—. Y envolviéndolos a los dos, la noche luminosa de un oscuro futuro, y la eterna lluvia, resbalando en sus carnes, como el susurro de un dios insensible a sus hijos.
La primera vez que escuché aquellas palabras finales del replicante moribundo algo se quebró dentro de mí para siempre, tornándome de paso incondicional de su causa perdida, que también sentía mía. Aquellos eran los últimos estertores de una vida que se acababa, llena de experiencias, alegrías y pesares, luces y sombras, tan bellísima en su singularidad que no existiría nada remotamente parecido en toda la vastedad del Universo. Pero toda esa belleza moriría con él, como una burbuja reventando en el negro silencio del Cosmos.
Sólo por esto el nombre de TannHäuser de esta bitácora está más que justificado. Porque yo, en mis sueños concientes e inconscientes, siempre quise desde entonces haber traspuesto las puertas de Tannhäuser —estén dónde estén—, como quise haber transitado las amargas calles de Los Ángeles del 2019. En cierto modo todos y cada uno de nosotros no dejamos de ser replicantes. Nacidos al mundo sin más, el cronómetro se pone en marcha, y tenemos un tiempo finito para soñar, vivir... tal vez —quién sabe—, incluso amar... Con nuestra carga inasumible de interrogantes sobre nuestras consciencias... Presos del maravilloso a la par que terrible estigma de la caducidad... la finitud.
Así, porque en todos y cada uno de nosotros late un Roy Batty que implora más tiempo, que ama el vivir por encima de todas las cosas aun sabiendo que el mundo no es más que un enorme sumidero, que siente que su aliento es al tiempo el mayor de los regalos y la peor de las maldiciones, no puedo hacer otra cosa que dedicarle —y dedicarme... y dedicarnos— este primer artículo de esta, mi bitácora, a la que espero, de aquí en adelante, poder confiar mis inquietudes -culturales... existenciales... por qué no, también sentimentales- de replicante soñante y soñado.
Porque como rezaban los pensamientos de Rick Deckard tras ver morir al replicante, mientras contemplaba el huir de su espíritu al vuelo en forma de "aria" paloma: "Todo lo que él quería son las mismas respuestas que todos buscamos: ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Cuánto tiempo me queda?"
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