Resistencia en el flanco débil
septiembre 01, 2016
No es mi caso
La primera frase es siempre la más difícil. Son tantas las opciones y las variables, tantos los pasillos que se cierran por cada puerta que se abre. Si se piensa demasiado se acaba desistiendo. Al principio se borra y se reintenta, no quieres derribar tu rey a las primeras de cambio, pero transcurrido cierto tiempo de inoperancia ya ni siquiera se afronta el reto. No pasa nada por no escribir, te dices. No pasa nada. Se puede vivir perfectamente sin escribir. Más tranquilo, más pausado. Escribir es una angustia. Una auténtica ansiedad. Un no conduce a nada salvo a un contra ti mismo. Te dices eso y mucho más que no cabe en palabras, porque el pensamiento lleva también su doble contabilidad, y esa cuenta subterránea uno la vislumbra y la sabe descifrar en muy contadas ocasiones, y aún en ésas las más de las veces ni siquiera hacemos caso. Escribir es una melancolía que a día de hoy aún no me trajo nada bueno. Te lo dices. Me lo digo. Paso del tú al yo, y aún peor: de la primera del singular a la primera del plural, al nosotros, como si hubiese alguien más al que hacer partícipe de esta enfermedad.
La primera frase es siempre la peor. Y no porque las posibilidades de cagarla sean prácticamente infinitas. No. Porque es una promesa. El vislumbre de una singladura que de ordinario, lo sé, va a acabar recién empezada, un aborto, otro proyecto nuncásico: y la cantidad de veces que podemos defraudarnos al fin y al cabo no deberían ser tantas.
Te dices que ya has desperdiciado muchos más cartuchos de los que merecías, que si después de tanta práctica tu puntería no ha mejorado ya a estas alturas qué quieres, déjalo ya. Y eso hago, lo dejo, me aparto y hago como el que decide dejar de fumar porque se lo ha recomendado la voz estúpida que vive dentro de su cabeza. Una de ellas. Tan solo una de tantas. Pensando que uno puede dejar atrás una enfermedad que es su su propia sombra, que es tan íntima y secreta médula de su fantasma.
Pero está también el problema de la mente en disolución. Yo mismo, ahora, desde hace no sé cuánto. No son los años que pasan, no es tampoco un notarse encima la traída y llevada crisis de los cuarenta. Ni es el demasiado peso de los años grises ni el demasiado pasado doblegando la espalda. Es simplemente mi cabeza, sin lastre, elevándose paulatinamente hacia la nada. A veces es tan sencillo como un lampazo de luz indolora atravesando de arriba abajo un curso de ideas. Y a partir de ahí la parálisis. Incombatible. Saber que este escribir fallando, este errar cada palabra es también el último reducto que me mantiene a este lado de la cordura.
La primera frase es siempre un pico raramente conquistable. Debe contener el germen y al tiempo servir de campo base y punto de apoyo, de cebo y estímulo, también, por qué no, de acicate. Demasiada responsabilidad para un solo un sujeto y su solo predicado. No por nada los manuales y los libros de estilo se los encargan a gente con la cabeza en su sitio y su justo lugar.
Mejor pasar directamente a la segunda...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario