Juan Rulfo. «Pedro Páramo». La Rehostia... Repito: LA REHOSTIA.
Lo primero que hace uno tras ventilarse esta novelilla maestra, «Pedro Páramo», de don Rulfo, Juan, es volver inmediatamente a leer «Pedro Páramo». De una tacada. De una sentada. Vaya que sí. Acabáramos.
¿Por qué hay gente tan gili en el mundo que lee otros libros antes de haber leído Pedro Páramo
al menos dos veces en su torticera vida? ¿Por qué yo mismo he sido tan gilipuertas hasta hace tan poco tiempo? Misterios
idiocios...
Ahora
no hago más que imaginarme al pobre don Rulfo, Juan, los años
posteriores a escribir esta obra maestra de no llega a 200 páginas. ¿Qué
hacía? ¿Cómo coño pasaba el día? ¿Cómo fueron aquellos años? ¿De verdad
siguió intentando escribir más libros? ¿Si él debía saber perfectamente
que ya no había más libros? Que ya no había más nada que sacarse de la
chistera porque todo estaba ya allí, en «Pedro Páramo», no llega a 200 páginas de incombatible literatura.
Me imagino al pobre hombre intentando engañar durante años y más años a los editores tabarra, a los periodistas tabarra, a las mujeres fan fanáticas tabarra: «No,
sabe usted, pues ando nomás trabajando en una nueva novela... se titula
ansina, antes se titulaba de esta otra ansina manera, pero ya no,
ahorita se titula ansina y mañana ya veremos cómo carajo la intitulo,
pero yo pienso que ya casi está, si me dejan en paz, pendejos, a lo
mejor este año merito me sale, o quizá el que viene, o el de detrás,
cuando ya no se titule ansina, sino ansina, como a mí me salga de la
punta del tilcuate, sabe usted...»
Pero en realidad él sabía que todo estaba ya en ese condenado libro. Que incluso todos sus cuentos del «Llano en llamas» no habían sido sino una especie de calentamiento y estiramiento y preliteratura del músculo escribidor para poder llegar hasta «Pedro Páramo»,
y que después de éste sólo quedaba pues eso mismo, el inmenso páramo de
los muchos años sin más nada que manuscribir. Toda la vida y sobre todo la
muerte, sobre todo eso, la muerte de la vida y la vida de los muertos
de una nación maldita y condenada para siempre están en las apenas 200
páginas de «Pedro Páramo»: «aquel rencor vivo que se desmoronó como si fuese un puñado de piedras»... La pelambre como escarpias sólo de recordarlo.
Y
es que cuando no se tiene nada que decir lo más honesto es no empuñar
la pluma. Y cuando todo lo que había para decir ha sido dicho, entonces
lo más honesto es enterrar la pluma en la honda tierra, para que no
vuelva a abrir la bocana.
De
esto, por ejemplo, pudo haber tomado don Gabo Márquez buena nota, por
un poner ejemplos tan urticantes como clarificadores, que en su fuero interno él bien debió saber que
después de sacarse algo tan enorme y ciclópeo y acojonante como «Cien años de soledad» de la mollera, por fuerza lo más honesto era plantarse.
Pero de todo tiene que haber en este valle de lágrimas. Visto está.