Para Nacho C.
El friki. ¿Nace o se hace? Pregunta del millón.
Pongamos por caso un niño fermoso y sanote. Habita lo que podemos llamar esa tierna edad en la que su entrepierna, la andropierna, aún está lejos de arruinarle la vida al chaval, y su íntima aspiración diaria, por tanto, no es otra que la de devorar un bollycao o trincarse un phosquito, para acto seguido churrupetear gustoso y febril el muñequito de colorainas que éstos llevaban dentro. Lo encontramos en la escuela. Al chaval me refiero, no al phosquito —ya deglutido—, ni al muñeco plasticoso —ya extraviado—. ¿Corren los años 80? Podría ser. Que corran, pues. El caso es que a la típica y deleznable pregunta de la profesorona, el niño de mofletes feraces y cabezorra gorda responde lo normal, lo homogéneo, lo que se espera, lo políticamente correcto: "Yo de mayor quiero ser policía, señorita". No me dirán que no es una delicia...
Pero en años sucesivos la cosa se tuerce, se aviesa, se embarra y se emborrona, la cabeza gorda del clavo se esmocha, desconocemos el cómo y el porqué, también se nos escapa en qué momento este jóveno chicuerele se ha perdido para la buena y productiva sociedad, dánosla hoy y también pasado mañana, Amén... Un año, preguntado por la misma mierda de siempre, el sujeto responde esto: "Yo de mayor quiero ser el doctor Jeckyll, señorita"... El hecho de que el mastuerzo, al fin y al cabo, no aspire a otra cosa que a ejercer la muy honorable y aún más provechosa profesión médica, aunque sea en modo Mad Doctor, no pasa inadvertido a la profesoresa, que lo apunta en su bloc. Lo apunta como "Bicho raro potencial. Vigílese al sujeto". Nuestro nene cabezón y zampabollos es ya un hombre marcado para sus restos.
Pero la cosa no acaba ahí. El año siguiente el niño quiere ser vampiro technicolor de la Hammer, y al siguiente matazombis negrata del Romero, y así hasta que llega la sentencia: "Yo de mayor lo que quiero ser es Blade Runner, señorita. Ex policía, ex marido, Shushi Man, Pescado frío".
Al año siguiente lo que quiere ser nuestro mendrugo es escritor. De ciencia ficción, de mierda ficción, de cierta ficción, de lo que sea. Pero escritor. Aunque para ese entonces ya nadie le pregunta qué narices va a hacer de su vida cuando los cojones empiecen a criarle pelos. Hace tiempo que se le ha dado por perdido.
La principal similitud entre, por ejemplo, Mensaka y Las ilusiones es que ambos dos libros van de lo mismo: jóvenes que sueñan o aspiran a dedicarse el día de mañana al artisteo —musical los unos, kinetofílmico los otros, pero artisteo en definitiva—, y se engañan mequetrefes, ingenuos, gilipollas, se obvian en el ínterin que nunca llegarán a nada porque para empezar, más allá del intalento de cada cual, habitan un país y una cultura —una incultura, por ende— en que el artisteo no es algo que sume, antes al contrario, más bien penaliza.
La principal diferencia entre, por ejemplo, Mensaka y Las ilusiones es que Jonás Trueba sabe escribir.
Luego, claro, está la gente del margen. La gente del margen son todos aquellos que rebasada ampiamente la treintena, con trabajos de mierda, que nada tienen que ver con el artisteo —algunos de ellos con trabajos que ni siquiera tienen que ver con el trabajo, con un trabajo digno, me refiero—, a veces locos solitarios, a veces miembros de familias deshechas o en vías de destrucción, porque la familia, todos lo sabemos, es algo incompatible con la vida en la heterogenia si es que ésta no es compartida, perseveran en el pequeño artisteo de guerrilla, al margen de la corriente principal de ese río que nos lleva tan trabajosamente al demonio del silencio.
Pequeños y humildes cultivadores del arrozal de la marginalia.
Inveterados eternos aspirantes a Blade Runner, siempre nacidos a destiempo y de través.
Creo que ni el libro ni la peli de Jonás Trueba van de ellos, nosotros, yo, la gente del margen, porque peli y libro suceden y recrean el justo antes a la íntima renuncia. Pero todo está implícito y una corriente lleva a la otra. Y en el Océano del Silencio uno y otros y todos nos encontraremos.
Mañas también.
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