En estos días veraniegos —y en verdad negados, no doy una si no es a siniestras— en los que todo el mundo que se cree en posesión de una sinapsis con pedigrí dice la suya sobre el final de Origen, la película sobrevaloradísima de la temporada, la de las capas de cebolla con moho en el centro, la de los ascensoristas astronautas vestidos de Armani, con más trampas y agujeros que los calzoncillos de Bukowski, estaría bien, por ejemplo, devanarse las meniges con los múltiples niveles de ficción y realidad, metaficción y metarrealidad, de los microrrelatos de Javier Esteban, estos sí sin trampa ni cartón, quizá porque la materia esencial de la que se nutren es la potentísima imaginación abierta a la nada, sin preconcepciones, y no, en cambio, la falsa prestidigitación teledirigida de Christopher Nolan.
Se me ocurren pocos libros —es un decir, ahora no se me ocurre ninguno— tan plagados de lugares comunes al tiempo tan irreconocibles, tan nuevos por mutados, tanta es la dosis de radiación de ingenio a la que han sido expuestos. Allá donde el tópico y el mito mil veces ciclostilado son atomizados y convertidos en carne nueva de ficción por los B'52 e Ictíneos Polaris directamente surgidos de la mente de este escritor que no quiere entender la escritura si no es como subversión, nos daremos de bruces con el acerado filo del Principio Antrópico, y ya sólo por eso vale un potosí de los buenos, de los de las minas marcianas...
Esteban es un doctor Frankenstein de poco escrúpulo, un Herbert West de los demonios, a medias Fu-Manchú indoeuropeo, la otra mitad Moriarty radiactivo, auténtico mad doctor de los huevos, nos pone a prueba en cada línea y le importa un pito si te quedas en el tortuoso camino; tus vísceras de perdedor serán pasto de las fauces de zombis crísticos y arcángeles ectoplásmicos: El Dorado de un Nuevo Fantástico abrirá sus puertas sólo a los muy avezados. ¿Cuántos están dispuestos a aceptar el desafío?
Precisamente porque su autor es una verdadera máquina de triturar, procesar y, finalmente, deconstruir cultura, sus relatos, sus textos, los micro y los no, conforman una pequeña máquina infernal de doble filo y sentido inescrutable cuyo combustible, para bien, para mal, es la multirreferencialidad. No cualquier mortal puede campar a sus anchas por sus campos minados de guiños procaces y tributos desdoblados y apócrifos. Lo que es una traba, un contra. Pero lo que es un contra para unos es pro para otros, que nos hemos dejado las pestañas y la vida mamando libros, tebeos y películas de toda catadura. Surfeamos por su mar picado y minado como delfines ígneos... y aun así a veces también nos la pegamos con todo el equipo. Nunca se está suficientemente al tanto y el mínimo desliz se paga caro.
En este sentido, quizá y sólo muy probablemente, algunos que escribimos podamos y queramos ver en el libro de Esteban un toque de atención que empieza a ser espinoso obviar. La generación blogger, que se supone viene detrás de la nocilla y ojalá desbanque pronto a la Ikea, si es que en último término parte de ella pretende dar el salto a la página impresa, deberá considerar en algún momento el prescindir de un lector online, casi siempre afín y también casi siempre bien dispuesto, tras la pantalla, para apuntalar su literatura. Al fin y al cabo, entiendo, se trata de narrar historias, y ahí afuera, quiero decir, "ahí afuera", en las librerías, los lectores cómplices son los menos, y muy pronto empecerá a cotizar en la Seguridad Social una estirpe —me produce sudores fríos utilizar el término "generación" en este caso— de jóvenes que piensa que Hal 9000 ha de ser por fuerza lo último en hipervideojuegos o un fijador para la cresta, una de dos.
Lo fundamental, sin embargo, es que Esteban ha escrito lo que le ha salido de dentro, con una sinceridad y una integridad que son prácticamente un suicidio, y por encima de todo, con sentido del humor, que es siempre, pienso, lo más difícil en literatura, lo que menos abunda. Porque todos hacemos una puta gracia de la hostia, por absurdos y por ridículos, pero no cualquiera está dotado para hacer reír y sonreír. De puta madre.
2 comentarios:
No dudo del talento de este Caballero, como tampoco dudo del suyo Javier; pero yo soy de esos que "se quedan en el camino". Conserven y hagan uso de vuestro talento, yo, por mi parte haré mis esfuerzos con diccionario en mano.
Saludos
Maldición ahora lo voy a tener leer y aún me restan 5 lecturas pendientes que son curro/placer y otro que es simplemente lectura pasajera...recuérdame que deje de leer tu blog y sobretodo de hacerte caso.
XD Sigue así cancerbero de las letras arrojadizas.
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