Imagen absurda que de cierto tiempo a esta parte me viene atacando los cerebros y no es otra que ésta: sale Marty Feldman y salgo yo y el lugar es San Petersburgo, me descubro inerme ante las estrábicas indicaciones del actor y freak británico, que a mi consulta sobre dónde comprar sellos para enviar postales, decide enviarme, infiero, camino de la autopista que conduce a Sebastopol, o lo que es lo mismo, que me vaya con mis estampitas a tomar por culo, más o menos eso. Y si ya suena anormal en sus cabezas, que saben y leen de ello como nuevo por medio de esta letras mías incapaces, traten de imaginar qué no de aliens y gremlins y artefactos cárnicos a transitores despierta en mi chola, que lo recibe cada dos por tres, un día sí y al otro casi casi también, así a lo doméstico, como el que desayuna tostadas y se descubre, una mañana de miércoles, otra vez, con la mermelada agotada, pero en cada ocasión con colores y aromas y miedos pánicos diversos, siendo el rostro y los ojos exoftamos de Feldman siempre los mismos pero siempre también distintos... El día que me dé por echar una vista atrás y me tope con la bufa arquitectura de mis líneas, el envés podrido de la trama de mi paranoia, me va a dar un ictus y un sopor y un tabardillo de los de no volver...
Suerte que sigue habiendo gente por ahí que se saben buscar ellos solitos los sellos y la vida, escrita y pitorreada, y perseveran contumaces en la letra, para bien de tantos que los seguimos y leemos, aun a sabiendas de que todo acto de escritura, sobre todo y por encima de todos el digital, es un desprestigio genético y una molicie intelectual. Rijosa y pendona nómina de gentes ni normales como Rubén Lardín, Joan Ripollès, Javier Pérez Andújar, Marta Peirano, Carlo Padial, Raúl Minchinela, Nacho Vigalondo, Mr. Absence, John Tones, Borja Crespo, Miguel Noguera, Antonio Trashorras y otros cuantos más cuyos nombres o pseudónimos no gloso aquí porque me despeinan el acento circunflejo. Léanlos, padézcanlos o gócenlos, padézcanlos y gócenlos, ahora todos juntos y todos gratis, que no gratuitos —o sí, definitivamente sí, del todo gratuitos— en el invento éste, El Butano Popular.
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